sábado, 28 de mayo de 2011

Fuera de sí




















Mujer llorando, Pablo Picasso



Esa mañana se miró al espejo. Sus ojeras parecían surcos del infierno, su cabello arremolinado no acataba mandato. Sus pechos eran amorfos monstruos en retirada. Su cintura… ¿cuál cintura? Había desaparecido debajo de una capa de cueros arrugados que no podían ser suyos. Un monte de venus incontenible entre los bordes de aquella pantaleta negra terminó por convencerla: esa mujer no era ella. Detrás de aquel rostro rugoso parecía encontrar, allá lejos, algo de sí misma, apenas el espíritu, la algarabía de su mirada. Pero no podía ser ella.
Cerró los ojos y en medio de la espesura de sus recuerdos encontró la acicalada imagen de su cuerpo que tanto conocía. Y esa risa de sol, esa boca gitana, esa piel dulce, esos rizos de conga, sencillamente no estaban en la anatomía de la otra frente al espejo.
Incapaz de reconocerse fuera de sí, Lucrecia cerró los ojos para siempre. No los abrió más, aunque sus hijos le suplicaran, y su esposo le reclamara por aquella ceguera voluntaria. Aunque vinieran sociólogos y psicólogos de la Universidad Central a estudiar sus excentricidades. Aunque tuviera que aprender a leer Braille y no pudiera ver más novelas.
Prefiero quedarme conmigo en mis tinieblas que convivir con una extraña, decía Lucrecia.
Así, ciega y feliz, vivió imaginándose caminar por las calles con sus mejores ropas, su cabeza libre y su cutis de hada, siendo, solamente, ella misma.

Verónica Pérez Traviezo

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