viernes, 6 de mayo de 2011

Ciclo hidrológico













Salgo a respirar los aún recientes aromas del amanecer. A esta hora seguramente duermes, abrazado a otros horizontes, ceñido a otra piel.
Tu recuerdo me reclama sonrisas tras cada movimiento. Espío tu rostro sobre el mío, con esa dulce oscilación de tu mirada y tu sudor regando mi frente; tus ojos sorbiendo mi locura, tu boca arrebatándome jadeos.
Un paso. Te me alejas.
Otro. Te me acercas.
Subo la cuesta. Sudo.
Bajo. Ya te has ido.
Siento frío. Los aromas me seducen. Mi exhalación se hace aire que moja las pequeñas hojas de esta planta. Asciende hasta el quinto piso de aquel edificio descolorido. Continúa, se detiene, se desprende y se decide a recorrer esos kilómetros hasta tu ventana, donde te divisa, te señala. En silencio, un segundo antes de unir sus bríos a la tormenta que se avecina, se ríe de nosotros. Y piensa: qué desperdicio de vida. Apenas fui estertor, fría bocanada de lujuria, mitad alegría, mitad congoja; aire húmedo sin pétalos ni despedidas. Pero estos dos cuerpos que aprenden a amarse sólo merecen mi compasión.
Y mi aliento, en un instante de misericordia, destella una casi imperceptible chispa de perdón. Finalmente se cuela, se envenena, se desvanece…
Ahora camino de regreso. Recojo los pasos hasta ese helado rincón de mi siempre pasajera estancia. Apuro el recorrido: ya casi llueven de nuevo los aromas de la madrugada, la lujuria, mis sonrisas, la tristeza. Ya caen las nacientes gotas, las primeras huérfanas de mi respiración.

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