domingo, 15 de mayo de 2011

La bala















Por un segundo, Olga quiso ser bala para ir en tu mano como un amuleto. Luego reconoció la insensatez: sólo bastaba que tu compañero te dejara plantado, o que el policía aquel se arrepintiera, para vaciar tu cañón y fragmentarla por siempre... Ese día llegaste tarde, sacaste la bala del bolsillo y comenzaste a juguetear, bala arriba, bala abajo, como solías hacerlo. Te acercaste a tu amante e intentaste besarla, pero ella, al inhalar tu engaño, te rechazó. Allí la bala, fastidiada por tu entrega hacia ese puñado de carne que te desairaba sin más, envidiosa de tus amores fugaces, quiso ser Olga y se disparó a su sien. Aún no recuerdas cómo fue que halaste el gatillo. Una lágrima imprudente se asomó desde tus ojos, y obcecado, clavaste tus dedos en el hoyo pastoso y caliente para recuperar el cuerpo de tu amada. Aquella bala, aún hecha añicos, recibió exequias y cristiana sepultura. Como dios manda.

Verónica Pérez Traviezo

4 comentarios:

  1. Me gusta la fuerza de este cuento, en tan pocas líneas te lleva desde el inicio al deseo ferviente de un final que no está muy lejos! la intensidad en cada palabra seleccionada aporta significación a la historia. Creo que nada sobra! Felicidades.

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  2. Gracias, bella Liz. Tu comentario me entusiasma mucho. ¡Un abrazote!

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  3. Martín, no había visto tu comentario. ¡Gracias!

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