lunes, 17 de octubre de 2011

Mientras despierto

“…Y en la escalera me siento
a silbar mi melodía”
Joaquín Sabina



Vivo dentro de una altísima y estrecha torre con enormes ventanales y sin una sola puerta. En vez de piso, esta extraña morada tiene una malla elástica, lo que hace que sea casi imposible caminar. Por eso lo único que hago es saltar. Así, entre salto y salto paso mis días, y entre brinco y brinco se me van incluso las noches. Me desvisto, saltando. Me visto, saltando. Me baño, saltando. Como, saltando. Apenas bebo, saltando, porque el agua, el café o lo que intente ingerir queda empegostado en mis ropas sin remedio. Y ni hablar de otros menesteres menos gratos de llevar a término en estas condiciones tan poco favorables a la higiene personal.
Por fortuna, soy una mujer de su casa, o debería decir de su torre. Cocino, saltando. Un brinco y limpio el baño. Otro, y hago la cama. Un tercero, y sacudo el polvo de entre los resquicios. Y valga decir lo valioso que es poder llegar hasta el techo con plumero en mano, para quitar las telarañas.
Esta torre está más limpia que las piedras del río que veo desde el primer ventanal, el de abajo, a la derecha. Ese río claro y azulito, como los ojos de la niña que se asoma dos veces por día al segundo ventanal, el de la izquierda, para sacarme la lengua mientras lavo la ropa, y salto, mientras leo el periódico y salto, mientras friego los platos -que ahora entenderás por qué son todos de plástico- y salto.
Mi torre tiene tres pisos, cada uno de una altura considerable, si se compara con las casas de ahora; “cajitas de fósforo”, les llaman. Pero mi torre carece de escaleras. Es hueca en el medio, de manera que me muevo rebotando entre los tres niveles con una destreza que envidiaría cualquier saltadora olímpica. Me pregunto si habrá saltadoras olímpicas de malla elástica. Debería haberlas, pues este tipo de desplazamiento requiere un intenso entrenamiento y eso que la tía Margarita llamaba “el cultivo de las formas”. Hubieses visto lo que me costó dominar la vajilla. El primer día me bajé una jarra, una copa, un vaso y dos platos de fina porcelana. Menos mal –o buenos mal, como diría sabiamente mi tía- que almuerzo sola, porque hubiese acabado el juego entero en una única comida.
Por el tercer ventanal, el que rodea todo el segundo piso, puedo ver los pajaritos que se posan sobre las ramas de los árboles más cercanos. Lindos, dice la gente que pasa por la calle del frente. Sí, muy lindos, excepto cuando me cagan los cristales, que a duras penas vienen a limpiar dos veces por semana. Yo los aseo a diario desde adentro. Entre brinco y brinco les paso el paño y los dejo relucientes. Pero esos pajarracos cagan todo y me nublan la visión hacia el campo de fútbol, donde te veo dos veces por semana cuando traes a tu hijo para la práctica. Presumo que debe ser tu hijo. Por la forma como lo tratas, como le reclamas malas jugadas o le pones la mano en la espalda.
Buenos mal que las lindas avecillas sólo se encaprichan con el ventanal del segundo piso. Porque aún me queda el cuarto ventanal, el del tercer piso, con esos vidrios traslúcidos, correctos, que me permiten ver tu rostro morenito, tu cara de yanomami lujurioso y tu sonrisa de charro.
No sé si alguna vez me habrás visto, entre brinco y brinco, espiándote desde el ventanal del tercer piso. No sé si desde el campo de fútbol donde tu hijo corre (¿será tu hijo?), dos veces por semana, serás capaz de mirar la torre.
A veces me descubro soñando despierta, entre salto y salto, imaginándote hurgar en las sombras a través de alguno de mis ventanales del primer piso. El de la izquierda mejor, para que no te mojes los pies. Te sueño espiándome, tú a mí por vez primera y no al revés, como ocurre todos los miércoles y los viernes, cuando tu hijo acude puntual a su ritual con el balón, y tú lo persigues por el campo, con esa mirada orgullosa que ya conozco de memoria, con esas frases que leo en tus labios como si las escuchara en el oído: ¡Cooooorrrreeee! ¡Pásalooooo! ¡Por la otra baaaandaaa!
Yo las leo en tu boca, desde lo alto de esta torre, entre salto y salto, y para que me suenen bonitas, les pongo la voz de Javier Solís. Se las adoso en mi memoria aunque a veces me ataca el desconcierto por saber si la ronca tesitura que recuerdo pertenece a los Cuatro cirios, o a la repetición menos armónica que mi padre cantaba cada sábado al lavar su viejo Maverick, destartalado y verde.
Mi padre no me miraba como tú miras a tu presunto hijo. Nunca lo hizo. Pero tampoco yo jugaba fútbol, así que tal vez estemos a mano.
No sé si es el sueño o la falta de equilibrio, pero parece que ya estoy desvariando. Es que esta brincadera no me deja discernir con comodidad. No es fácil pensar ni recordar mientras se sube o se cae, mientras se rebota de nalgas, de rodillas o simplemente con los pies. La cabeza se mueve de manera involuntaria, los brazos a veces no responden al mandato del cuerpo, sino a las leyes más aburridas e insensibles de la física. Definitivamente nada tienen que ver la aceleración y el peso de la masa con estas ganas permanentes que tengo de verte, de tocarte, de mirar esos dientes tuyos, blanquitos, que sonríen espléndidos cada vez que tu chamo anota un gol. Yo los reproduzco como en cámara lenta, mientras le canto ese goooooool con el mariachi de fondo. Con el mariachi y con Javier Solís. Rebotando. Y cultivando las formas.
Brinco y busco tus dientes. Salto y apenas me iluminan, como flashes moribundos. Y bostezo. Y quiebro platos. Y derramo el café en mi malla elástica mientras duermo.
Podría continuar esta historia trasnochada contando y descontando mi cotidianidad desde estos saltos y esta torre sin puertas, brincando y rebotando, repasando mi imagen tuya calcada en estos cuatro ventanales. Podría decirte mucho más de esta metáfora desde la que te veo mientras dormito...
Pero me altera, me conmueve, me turba, me despierta, sin retorno, el hecho de recordar que el verbo “empegostar”, tan de mi tía Margarita -tan útil, tan versátil desde su desgarbada elocuencia-, no está registrado en el diccionario.

VPT

miércoles, 7 de septiembre de 2011

No vuelvas















La promesa, de Magritte



No te quiero de vuelta. Aléjate con tu modorra, con tu pesimismo siempre a cuestas, con tu equipaje de nostalgia, con tu paquete de lágrimas envasado al vacío.
Vete lejos. Llévate tu celda para otro lado. Y tu túnica, y tu acero, y tu mediocre cancioncita de consuelo. Incluso llévate tu beso, tu ametralladora disfrazada de compasión, tu hambre eterna de risa, voluntad y ardor.
Te exorcizo, me ensalmo, te despido. Te arranco de raíz. Rompo tus cristales y extirpo tus tripas llenas de semen rancio y lerda calma.
Te libero: vete lejos. Mete todas las ponzoñas en tus maletas, llénalas de la hiel de tu saliva, de la fría soledad de tus noches eternas, de ese punzante dolor de espalda que tortura y abrasa las costillas, y el gozo, y todo quema. No las quiero de nuevo, no las quiero de vuelta.
Adiós, tristeza. No asomes tus dientes, que aquí ya no cabes. Vete lejos. No vuelvas.

martes, 6 de septiembre de 2011

Mañana es septiembre
















Guillermo de León Calles, doctor Honoris Causa de la UNEY


Conocí esta poesía del poeta y cronista falconiano Guillermo de León Calles gracias a un disco que grabara Serenata Guayanesa -hace bastante tiempo-, con el concierto, en vivo, que ofrecieron en el Teresa Carreño cuando esta agrupación venezolana cumplió 25 años.
En esa ocasión, diferentes artistas los acompañaron: Pedro León Zapata, Emilio Lovera, María Teresa Chacín, Ismael Querales, Cheo Hurtado, Los vasallos del sol, Ricardo Cepeda, Neguito Borjas, Francisco Pacheco, Vidal Colmenares y Simón Díaz fueron algunos de ellos. Y en medio de ese ya esmerado grupo estaba Guillermo de León Calles, a quien pude conocer luego gracias a la Universidad Nacional Experimental del Yaracuy (UNEY), institución que le otorgó un merecidísimo Doctorado Honoris Causa y donde, orgullosamente, trabajo.
Pero ya desde mucho antes de mi llegada a la UNEY, septiembre me regresa este texto todos los años. Maravilloso recibimiento el de este mes que, invariablemente, me sorprende, tarde o temprano, con el recuerdo intacto de este hermosísimo poema.
Lástima que no todos hemos tenido el privilegio de escuchar la dulce voz de niño grande, de niño-abuelo, de Guillermo de León Calles al recitarla... Pero, al menos, tengo la posibilidad de compartir sus letras. (VPT)



Mañana es septiembre,
los dedos de mis pies me duelen
de tanto meterme en los zapatos de ir a la escuela.
Siento que un libro está de más
en mi bulto de lonilla azul marina.
Y no es el libro que tiene un Dios con sombrero de triángulo
y un manto como el que usaba Julio César.
Lo cierto es que mañana es septiembre
y la maestra me espera con su sonrisa
de buenos días seguida de una lección interminable.
Me fastidia ese amor repetido en mi libro primario:
Mamá me ama,
Papá me ama,
Mamá me ama.
Ese amor de página primera
que retrasa mi llegada al patio del recreo
con mis zapatos de huequitos en la punta.
Mañana es septiembre.
Un portón de peleas callejeras me recibe.
Soy yo, tela blanca
con unas letras bordadas en mi bolsillo izquierdo.
Yo y mi sonrisa zángana
a poca distancia de mi cabello aceitoso.
Yo y mi cuaderno Libertad con un caballo
de Bolívar encaramándose en un laurel romano.
Yo y mi futuro de sabio
porque llegaría a saber
que CristobalColónnacioenGénovaperoalgunoshistoriadoresdicenquenacióenPontePedradeGalicia.
Yo y mi porvenir de ignorante
porque no me aprendería de memoria
la historia del torito negro y el torito colorado.
Somos la maestra, septiembre y yo
entristecidos por los pizarrones negros y la ausencia de la lluvia.
Septiembre y yo sabemos que los trompos tienen más valor que la tabla de multiplicar
y que las páginas de los cuadernos se hicieron solo para construir barcos de papel.
Mañana es septiembre.
Primero trataré de entender nuevamente lo del Gloria al Bravo Pueblo.
Yo, Vicente Salias y Juan José Landaeta
Después veré un murciélago trastornándoles la quietud a los pupitres.
En uno de esos pupitres labraré un corazón y tu nombre
con la hojilla que le sobró a las barbas del abuelo.
Yo y el amor.

Guillermo de León Calles

sábado, 3 de septiembre de 2011

Sólo un nombre
















Los amantes, de René Magritte



Busco sin prisa tu nombre entre mis sábanas.
Lo encuentro, lo beso.
Lo condeno.
Lo encadeno, lo amordazo.
Lo amarro a estos rastros de indiferencia que guardo como un tesoro.
Lo aprisiono entre mis rodillas, entre mis olvidos.

Pero es tu nombre. Uno de los tuyos.

Rebelde, huye de mi presidio.
Me tienta, me persigue, me escala.
Se instala, indecente, en mi pubis urgido.
Provoca mis labios con su lengua incesante.
Aceita mis deseos y atornilla mis ímpetus.

Es un nombre, tan sólo un nombre. Un nombre tuyo.

Se hizo transparente y anda libre
sembrándose en mi almohada,
colándose entre las rendijas de esta ventana
que hasta hace poco sólo sabía de lluvia y desilusión.

Es sólo un nombre, este nombre tuyo,
que se abraza a mis recuerdos
como se aferra a su madre un niño herido.

Quiero licuarlo y bañarme en sus jugos.
Quiero desayunármelo lentamente,
y beberme su dulce savia contaminada.

Quiero arrebatártelo y roerlo despacio
hasta que no quede una sola letra intacta.

Quiero acariciarlo hasta que se me ulceren las yemas de los dedos,
hasta que cicatricen mis besos en la ridícula piel del grafito.

Es sólo un nombre, pero es tu nombre;
uno de los tuyos.

Y no es más que un nombre, el nombre mío.

VPT

lunes, 22 de agosto de 2011

Sintaxis
















Esta es la breve historia de dos períodos oracionales que formaban una feliz coordinación hasta el día en que llegó un engreído pronombre a meterse en sus vidas. Desde allí todo fue subordinación… Echó a la calle a la pobre conjunción, y empezó a hablar de sintagmas a una gente que ni televisión tenía; metió gerundios, participios y perífrasis en una vida que siempre había sido tan sencillita, tan “sujeto y predicado”.
Logró el pronombre que llegaran complementos circunstanciales de todo tipo, cada uno más camorrero que el anterior: el de tiempo se peleó con el de lugar, y el de modo terminó enemistado a muerte con el de causa.
Las oraciones no supieron cómo volver a convivir en paz. Comenzaron a alejarse. Se volvieron yuxtapuestas, taciturnas. Nunca más volvieron a estar unidas. Terminaron separándose en oraciones simples y tristes.
Cumplida su misión, el pronombre saltó tres líneas más abajo, para seguir quitándole el puesto al sujeto y enemistar coordinadas. Y sólo el pronombre fue feliz.

Verónica Pérez Traviezo

domingo, 10 de julio de 2011

Vacío




















La silla, de Van Gogh



Hoy tu rostro, más que nunca, está minado de ausencias. Definitivas, implacables.
Hoy tu ímpetu no existe.
Hoy tus ojos están difuminados, empobrecidos.
Hoy tus manos son sólo un espejismo, un vago recuerdo, dos vacíos poblados de nostalgias.
Hoy apenas queda una vaga sombra de tus huellas.
Hoy no estás.

VPT

lunes, 4 de julio de 2011

La tarta

Busca mayonesa, queso manchego y pimienta, le dijo a su mujer, quien miró a los médicos y enfermeras como buscando una respuesta que le hiciera oler menos tragedia a su alrededor.
Conectado a unos cinco equipos médicos, en medio de la sala de cuidados intensivos, el hombre balbuceaba recetas de cocina sin saber que el concurso no era culinario. "Esos serán los ingredientes para el primer plato: una tarta de queso. Con eso no perderemos", alardeó, casi feliz.
Al salir, el médico le dijo a la mujer: Está mejor. Lo vio, ¿habló con él? Y ella, dibujando una sonrisa que no disimulaba su terror, respondió: Sí, me mandó a buscar ingredientes para una "tarta de queso".
Rieron. Él con convencimiento. Ella vacilante.
Pero cuando el doctor dio media vuelta, la mujer corrió tras un supermercado.
Regresó triste. Era 25 de diciembre y todo el comercio de la zona permanecía cerrado.
Esa noche no habría "tarta". Tal vez después.

Verónica Pérez Traviezo

lunes, 27 de junio de 2011

Enfermedad pre-existente

Marina llevaba 18 días, 20 horas y 31 minutos esquivando a la muerte. No había leído periódicos mientras su esposo permanecía hospitalizado. No sabía qué era de la vida de Chávez ni de los dólares de Cadivi. Por ahora sólo se sabía compañera y madre.
Esa tarde se sentía aliviada, a pesar de tanto dolor de espalda, tras cargar a cuestas las navidades más pesadas de su historia. Estaba tranquila. Su marido le había pedido cualquier periódico, el que fuera, y ella se maravilló con esa minúscula chispa de lucidez escapada de aquel nubarrón que se empeñaba en opacar la destellante y habitual energía de Javier.
Salió a respirar la noche que apenas se estrenaba, a batir sus cabellos cortos en la calma. Entró a la panadería, dispuesta a mirar de nuevo el rostro de la realidad, a reiniciar ese estado aparentemente normal de entendimiento entre los seres humanos que se suponen cuerdos.
Buscó el diario. A esa hora sólo quedaban dos ejemplares. De una vez miró el titular a ocho columnas de la noticia principal: Asesinado un joven periodista larense. Leyó con prisa, atropellando las letras para conocer el nombre del infortunado colega, y pronto miró a la muerte de reojo, burlándose de ella. Era un chamo que conoció hace pocos años, bastante brillante, le parecía; un joven valioso del periodismo local. No se pudiera decir que fuera su amigo, anque habían intercambiado palabras, opiniones, y compartían ese mundo que rodea a la empresa periodística, porque tanto ella como su ahora convalesciente compañero habían pasado por una travesía profesional bastante similar: iniciarse en un periódico, "patear la calle"... Así comienza todo.
Tras leer el diario, a Marina le volvió, de inmediato, aquel punzante dolor de espalda, que por esos días era lo más cercano a la conciencia de sí misma.
Al menos su esposo luchaba contra una enfermedad “pre-existente” (así la catalogó la compañía de seguros para no pagar ni un centavo). Pero el muchacho sólo tenía vida. Mucha vida. No contaba, ni nadie, con otra enfermedad pre-existente: la del odio, que convierte a la especie humana en la más vulnerable de todas.
Marina volvió a casa, sospechando de la noche, escapando de la nada. “No conseguí el diario”, le dijo a Javier, quien con un “No importa, amor” devolvió el color a las mejillas de su mujer.

Verónica Pérez Traviezo

domingo, 26 de junio de 2011

Novela y pie de página













Santiago González Carriedo
Agradecimientos
2010
133 páginas



El poeta y editor mexicano Luis Miguel Aguilar escribió que, en la vida textual, pocas cosas hay tan frustrantes como ser llamado al pie, bajar y recibir un mero “ibid”.
Aguilar, confeso lector de las “insondables” notas al pie, podría encontrar en Agradecimientos la confirmación literaria de que este recurso discursivo puede encubrir “algo más”.
En efecto, Santiago González Carriedo inaugura una manera de contar en la que se complementan, con genial ironía, dos discursos paralelos: el de sus agradecimientos, y el de las 30 notas al pie de página, que es donde realmente se narra la historia, además de los dos cuerpos de anexos que terminan de retratar una íntima relación entre un autor, su enmarañado mundo interior y la novela que ha escrito.
De esta manera, González Carriedo transforma lo que suele usarse como apéndice, posiblemente útil, pero execrado de la línea a lugares marginales de la página, o del libro, en un recurso estilístico que revela un lúdico empleo de las variadas formas del discurso, interconectadas con ingenioso humor.
En Agradecimientos, el personaje principal es una novela que termina con 32 reimpresiones y tres ediciones (Manual del buscador de oro), y cuya publicación envuelve una historia repleta de sarcasmo, donde la realidad y la ficción parecen intercambiar roles para develar ciertos intríngulis, posiblemente genuinos, del mundo editorial.
Claro que González Carriedo también incurre en otras indiscreciones. En su obra puede haber más de un cuestionamiento: al sistema judicial, a las tradicionales relaciones de pareja, a la represión policial, a las “desviaciones” de la izquierda española, a la prensa, a la industria editorial; todo tras un relato aparentemente policíaco que dista mucho de ser la clásica historia de un crimen.

Verónica Pérez Traviezo

sábado, 28 de mayo de 2011

Fuera de sí




















Mujer llorando, Pablo Picasso



Esa mañana se miró al espejo. Sus ojeras parecían surcos del infierno, su cabello arremolinado no acataba mandato. Sus pechos eran amorfos monstruos en retirada. Su cintura… ¿cuál cintura? Había desaparecido debajo de una capa de cueros arrugados que no podían ser suyos. Un monte de venus incontenible entre los bordes de aquella pantaleta negra terminó por convencerla: esa mujer no era ella. Detrás de aquel rostro rugoso parecía encontrar, allá lejos, algo de sí misma, apenas el espíritu, la algarabía de su mirada. Pero no podía ser ella.
Cerró los ojos y en medio de la espesura de sus recuerdos encontró la acicalada imagen de su cuerpo que tanto conocía. Y esa risa de sol, esa boca gitana, esa piel dulce, esos rizos de conga, sencillamente no estaban en la anatomía de la otra frente al espejo.
Incapaz de reconocerse fuera de sí, Lucrecia cerró los ojos para siempre. No los abrió más, aunque sus hijos le suplicaran, y su esposo le reclamara por aquella ceguera voluntaria. Aunque vinieran sociólogos y psicólogos de la Universidad Central a estudiar sus excentricidades. Aunque tuviera que aprender a leer Braille y no pudiera ver más novelas.
Prefiero quedarme conmigo en mis tinieblas que convivir con una extraña, decía Lucrecia.
Así, ciega y feliz, vivió imaginándose caminar por las calles con sus mejores ropas, su cabeza libre y su cutis de hada, siendo, solamente, ella misma.

Verónica Pérez Traviezo

lunes, 23 de mayo de 2011

(Re)tenme




















Mujer frente al espejo, Pablo Picasso



Ya me sabes, me sospechas, me adivinas, infinitesimalmente;
labio a dulce, lengua a centro, tacto a temblor.
Ya me (re)tienes, resucitando en tu piel a placer.
No me sueltes. Sostén también mis manos, mis alegrías, mis ideas.
No te me escurras, ahora que estoy despierta.


VPT

domingo, 22 de mayo de 2011

Adiós

Hoy, por fin, te dejé partir
de mi almohada y de mi espejo.
Seguirás estando
entre mis más íntimos afectos
(no hay adverbio de tiempo
que pueda encarcelar ese destino).
Yo te quiero, tú me quieres,
pero no existe concordancia en singular
(el de ahora es un verbo
excesivamente distinto).
El tiempo y la persona perfecta
se extraviaron
-hace años, ya-
en algún recoveco
de esta tragedia sin sentido.

VPT

sábado, 21 de mayo de 2011

Llueve




















José Ángel Buesa: "La tarde pide un poco de sol, como un mendigo,/ y acaso hubiera sol si estuvieras conmigo"


...Y yo no he querido implorarte nada, ni siquiera un ratico de tu luz.


“No hay más luz que tu cuerpo, no hay más sol: todo ocaso” (Miguel Hernández)

viernes, 20 de mayo de 2011

Propuesta lingüística

















Enumérame…
Llena mis entrañas de puntos y comas.
Ahógame en ideas primarias y secundarias.
Desparrama tus tildes en mis sílabas átonas.
Riégame con signos de admiración
como a tu más sedienta metáfora.
Abona mis palabras graves
y, mientras agudizamos esdrújulas,
reemplaza con verbos nuevos
cada una de mis subordinadas.

VPT

domingo, 15 de mayo de 2011

La bala















Por un segundo, Olga quiso ser bala para ir en tu mano como un amuleto. Luego reconoció la insensatez: sólo bastaba que tu compañero te dejara plantado, o que el policía aquel se arrepintiera, para vaciar tu cañón y fragmentarla por siempre... Ese día llegaste tarde, sacaste la bala del bolsillo y comenzaste a juguetear, bala arriba, bala abajo, como solías hacerlo. Te acercaste a tu amante e intentaste besarla, pero ella, al inhalar tu engaño, te rechazó. Allí la bala, fastidiada por tu entrega hacia ese puñado de carne que te desairaba sin más, envidiosa de tus amores fugaces, quiso ser Olga y se disparó a su sien. Aún no recuerdas cómo fue que halaste el gatillo. Una lágrima imprudente se asomó desde tus ojos, y obcecado, clavaste tus dedos en el hoyo pastoso y caliente para recuperar el cuerpo de tu amada. Aquella bala, aún hecha añicos, recibió exequias y cristiana sepultura. Como dios manda.

Verónica Pérez Traviezo

sábado, 14 de mayo de 2011

Pretéritos (simples y perfectos)



















El beso, de Picasso


Te olí, te adiviné, te sentí, te sospeché, te leí, te comenté, te escuché, te vi, te disfruté, te toqué, te canté, te bebí, te sorbí, te caté, te mordí, te arrebaté, te mastiqué, te palpé, te murmuré, te comí, te besé, te susurré, te acaricié, te así, te retraté, te repetí, te degusté, te elevé, te amé.

domingo, 8 de mayo de 2011

Dosis














“Tómame a cuentagotas, a sorbos pequeños y sentidos”...

Intento encontrar tu dosis exacta (dosificarnos tal vez sea nuestro único conjuro). Pero, ¿cómo encapsular una mínima porción de tus inagotables besos, de esos encuentros que pretenden ser furtivos e instantáneos, pero terminan siendo eternos?

sábado, 7 de mayo de 2011

Tócame
















Tócame toda, piel con piel,
mano a mano, boca a boca.
Tócame un acorde de tu risa,
el rítmico y fogoso vaivén de tu cadera.
Toca mis pliegues derretidos,
mi almíbar y mis labios.
Toca mi lluvia, mis desvaríos, mi torpeza;
mi saliva, tu saliva, nuestras lenguas.
Tócame una estrofa de Aznavour
como aquella que, muy cerquita de Venecia,
me hizo ir al sur en medio de pudores.
Toca todas mis cohibiciones
y desátalas, muérdelas, destrózalas;
haz con ellas lo que quieras.
Tócame las ansias, la suerte, las mañanas.
Toca los temblores de mis piernas.
Toca este calor y este prisma,
mi sur, mi oeste, ¿tu norte?
Tócalo todo… y luego toca madera.


VPT

viernes, 6 de mayo de 2011

Ciclo hidrológico













Salgo a respirar los aún recientes aromas del amanecer. A esta hora seguramente duermes, abrazado a otros horizontes, ceñido a otra piel.
Tu recuerdo me reclama sonrisas tras cada movimiento. Espío tu rostro sobre el mío, con esa dulce oscilación de tu mirada y tu sudor regando mi frente; tus ojos sorbiendo mi locura, tu boca arrebatándome jadeos.
Un paso. Te me alejas.
Otro. Te me acercas.
Subo la cuesta. Sudo.
Bajo. Ya te has ido.
Siento frío. Los aromas me seducen. Mi exhalación se hace aire que moja las pequeñas hojas de esta planta. Asciende hasta el quinto piso de aquel edificio descolorido. Continúa, se detiene, se desprende y se decide a recorrer esos kilómetros hasta tu ventana, donde te divisa, te señala. En silencio, un segundo antes de unir sus bríos a la tormenta que se avecina, se ríe de nosotros. Y piensa: qué desperdicio de vida. Apenas fui estertor, fría bocanada de lujuria, mitad alegría, mitad congoja; aire húmedo sin pétalos ni despedidas. Pero estos dos cuerpos que aprenden a amarse sólo merecen mi compasión.
Y mi aliento, en un instante de misericordia, destella una casi imperceptible chispa de perdón. Finalmente se cuela, se envenena, se desvanece…
Ahora camino de regreso. Recojo los pasos hasta ese helado rincón de mi siempre pasajera estancia. Apuro el recorrido: ya casi llueven de nuevo los aromas de la madrugada, la lujuria, mis sonrisas, la tristeza. Ya caen las nacientes gotas, las primeras huérfanas de mi respiración.

sábado, 30 de abril de 2011

Despertar














El Sueño, de Salvador Dalí


Soñé que te soñaba soñándome en un cuerpo distinto y en otra pesadilla. Y soñé que no eras tú, sino otro el que me soñaba. Y el otro y tú se encontraron sueño a sueño, y en medio del sopor, susurraron: ¡Deess-pieerr-taa!... O sueña otro sueño en el que se haga cierta esta limpia y feliz madrugada.

VPT

domingo, 24 de abril de 2011

Resurrección
















Me topo con esta cita de Jesús Enrique Barrios (Originales del silencio), perfecta para hoy, domingo de resurrección:

"Las variadas capas religiosas permiten a algunos ser ateos. Con ello se comprueba que las ganas de no ser nos acercan a otros entes suprahumanos, y corroboran las inmortales notas que transfiere la vida a sus usuarios. ¿Se trata, acaso de querer vivir siempre? ¿O de encontrar un estado o situación que, por su euritmia, sólo incite a conservarlo? De aquí derivan la fuente de la eterna juventud, la piedra filosofal, el árbol de las perfecciones, la resurrección de la carne, el paraíso, el nirvana, el tao, el golem, el grial y otras aquiescencias literarias. Vivir es un término que se aplica a lo que vive, en este caso al hombre, nunca a Dios porque está y es en todas partes o donde disponga el hombre, para mantener su estado de superioridad. Nadie alcanza lo que quiere, pues, querer es la situación imaginaria que el hombre obtiene de su espíritu o de Dios, para jugar con el tiempo y creer que en el universo tienen cabida sus ocurrencias, entre ellas sus deseos y Dios".

sábado, 23 de abril de 2011

Día del Libro





















A propósito de hoy, 23 de abril, fragmentos de un texto del gran Jorge Luis Borges: El libro.


"De los diversos instrumentos del hombre, el más asombroso es, sin duda, el libro. Los demás son extensiones de su cuerpo. El microscopio, el telescopio, son extensiones de su vista; el teléfono es extensión de la voz; luego tenemos el arado y la espada, extensiones de su brazo. Pero el libro es otra cosa: el libro es una extensión de la memoria y de la imaginación...
El concepto de un libro sagrado, del Corán o de la Biblia, o de los Vedas ‑donde también se expresa que los Vedas crean el mundo‑, puede haber pasado, pero el libro tiene todavía cierta santidad que debemos tratar de no perder. Tomar un libro y abrirlo guarda la posibilidad del hecho estético. ¿Qué son las palabras acostadas en un libro? ¿Qué son esos símbolos muertos? Nada absolutamente. ¿Qué es un libro si no lo abrimos? Es simplemente un cubo de papel y cuero, con hojas; pero si lo leemos ocurre algo raro, creo que cambia cada vez...
Heráclito dijo (lo he repetido demasiadas veces) que nadie baja dos veces al mismo río. Nadie baja dos veces al mismo río porque las aguas cambian, pero lo más terrible es que nosotros somos no menos fluidos que el río. Cada vez que leemos un libro, el libro ha cambiado, la connotación de las palabras es otra. Además, los libros están cargados de pasado...
Si leemos un libro antiguo es como si leyéramos todo el tiempo que ha transcurrido desde el día en que fue escrito y nosotros. Por eso conviene mantener el culto del libro. El libro puede estar lleno de erratas, podemos no estar de acuerdo con las opiniones del autor, pero todavía conserva algo sagrado, algo divino, no con respeto superticioso, pero sí con el deseo de encontrar felicidad, de encontrar sabiduría..."

viernes, 22 de abril de 2011

Bandera











No te sientas obligado a llamarme, a escribirme, tan siquiera a recordarme (a menos que sea eso lo que quieras). No busco tachones, ni amarres, ni enmiendas. Yo no soy comprometible, simplemente soy salvaje. Y salvajemente honesta: no arriesgues tu destino, tus amores domesticados.
Civilizarme no puede ser tu meta. Sólo amarme y dejarte ser amado: sin planes, sin futuros, sin dragones ni doncellas. Todo lo que venga después será una feliz consecuencia. Sin colorín, sin colorado.
Puedo amarte con todo el universo estallando en mis ojos, en mi horizonte, en mis entrañas.
Puedo ser tuya, extremadamente tuya: con todo y sesos, con todo y calma. Con desnudos, con espejos, con desayunos; con días, noches, ropa sucia, ollas, platos y almohadas.
Tuya hasta de estómago, de pie, de médula, de garganta.
Tuya, en horizontal, en vertical, en redondo, al derecho o al revés… enteramente tuya, en las dudas y en las certezas.Tuya sin presiones, sin simulacros, sin altares ni amenazas. Con claridad, con libertad… con una enorme bandera de porvenires izada a toda asta.

VPT

jueves, 21 de abril de 2011

Recuerdos




















Gladys Traviezo Gómez, mi mamá



Guárdame una noche de tu niñez,
uno de los aromas de tus faldas alegres,
una nota de tu afinada risa,
una sola gota de tu leche tibia.
Guárdame un hilo bicolor de tu bata de lunares,
empapada con mis fiebres repentinas.
Guárdame un soplo amargo de tu café,
una caricia limpia de tus dedos de reina
o un poco de mugre de tus talones de domingo.
Déjame algo tuyo que no sea yo
para no quedarme sola.

Verónica Pérez Traviezo