martes, 28 de agosto de 2012

Contrariedad

A veces me pregunto por qué no te basto, no te alcanzo, por qué te resulto tan insuficiente. O por qué no quieres quererme o no quieres que yo te quiera. Y a veces tampoco yo quiero quererte… Y a veces lloro. Pero eso es todo. Y a veces te pido y me das. Y a veces me das sin que te pida. Y a veces también tú me pides. Y cuando me lo permites, te doy todo lo que tengo. Sigue siendo poco, pero es todo. Y te quiero. Y te acaricio con la inmensa ternura de tenerte. Y te beso con la inmensa felicidad de tenerte. Y mi piel, mis huesos, mis entrañas abiertas, te reciben con la inmensa, arrebatada e impetuosa vehemencia de tenerte. Tenerte aunque yo no te alcance. Aunque no te sea suficiente. Tenerte aunque no quieras que te quiera. Quererte aunque ni yo misma a veces lo quiera. Tenerte, queriendo que quisieras quererme, e incluso queriendo que me quisieras; que te bastara, que te alcanzara… Pero otras veces te abrazo y me río. Me callo lo que ya sabes, lo que quisieras que yo no quisiera, o lo que a veces tal vez ni yo misma quiera. Y me pregunto qué piensas cuando te vas, o qué piensas cuando regresas. Y a veces te escribo. Y a veces hasta te quiero feliz de quererte. Y te gozo… Pero eso es todo.

sábado, 4 de agosto de 2012

Para El Gran Zoo (con el perdón de Nicolás Guillén)

Un nuevo animal ha llegado al Gran Zoo de Guillén, como resultado del convenio binacional. Pertece a la especie de los burócratas criollos. El ejemplar conseguido está catalogado como un Gran Burócrata Real. Los hay burócratas deslenguados, burócratas chulos, burócratas olímpicos, burócratas rojos (excomunistas), burócratas universitarios (cualitativos, cuantitativos y con varios títulos), burócratas verdes cooperativistas, burócratas rabo de paja y el llamado burócrata falso, que se dice investigador (subespecie casi extinta del burócrata universitario), pero que ni es burócrata ni es nada. Se asemeja en algunos rasgos al Hambre en su estado menos salvaje. Posee grandes patas con garras afiladas, espeso y variopinto plumaje, visible copete rojo que puede mudar tras cada periodo presidencial; enorme hocico, fuertes molares, diminuto cerebro. Animal "presupuestívaro" y onmívoro, se alimenta de votos, pero puede cazar perros callejeros igual que libros y autobuses. Especialmente, le encanta descuartizar ideas. Parece dócil. Utiliza consignas populares que aprende de memoria para atraer a sus posibles presas. Suele adoptar formas de otras especies. Prefiere a Oradores y Gorilas. Se adapta a discreción. Se reproduce como el Cangrejo, que está en la jaula a la derecha del Gánster. Es un ejemplar peligroso. Cuidado: su palabra envenena. Una mordida puede ser letal. (VPT)
Excelente enlace sobre Guillén y su Zoo: http://cvc.cervantes.es/literatura/escritores/guillen/acerca/acerca_05.htm

sábado, 30 de junio de 2012

Toco tu boca...

Hermosísimo texto de Rayuela: Capítulo 7 "Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano por tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja. Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua". Julio Cortázar

domingo, 1 de abril de 2012

Inesperado

Se me fueron de las manos los ímpetus, tu risa, mis ganas, nuestro ardor.
Se congelaron mis múltiples certezas.
Se me escaparon de golpe todas esas extensamente meditadas razones para no amar.
También huyeron tormentos y tristezas.
Hoy vienes y besas mis palabras y yo voy y beso las tuyas. Y acaricias mis convicciones y yo acaricio las tuyas. Y procuras mi gozo, y procuro el tuyo. Y hay un solo abrazo, y una sola lengua y una sola piel. Y hay, también, un solo canto.
Hoy te vivo, me celebras, te recorro, me transitas. De afuera a adentro, de adentro a afuera. Nos damos genuinos. Nos fundimos acertados, luminosos.
Te amo. Me amas. No decidimos hacerlo, pero es nuestro y es feliz. Al menos por hoy.
El beso de Gustav Klimt

lunes, 17 de octubre de 2011

Mientras despierto

“…Y en la escalera me siento
a silbar mi melodía”
Joaquín Sabina



Vivo dentro de una altísima y estrecha torre con enormes ventanales y sin una sola puerta. En vez de piso, esta extraña morada tiene una malla elástica, lo que hace que sea casi imposible caminar. Por eso lo único que hago es saltar. Así, entre salto y salto paso mis días, y entre brinco y brinco se me van incluso las noches. Me desvisto, saltando. Me visto, saltando. Me baño, saltando. Como, saltando. Apenas bebo, saltando, porque el agua, el café o lo que intente ingerir queda empegostado en mis ropas sin remedio. Y ni hablar de otros menesteres menos gratos de llevar a término en estas condiciones tan poco favorables a la higiene personal.
Por fortuna, soy una mujer de su casa, o debería decir de su torre. Cocino, saltando. Un brinco y limpio el baño. Otro, y hago la cama. Un tercero, y sacudo el polvo de entre los resquicios. Y valga decir lo valioso que es poder llegar hasta el techo con plumero en mano, para quitar las telarañas.
Esta torre está más limpia que las piedras del río que veo desde el primer ventanal, el de abajo, a la derecha. Ese río claro y azulito, como los ojos de la niña que se asoma dos veces por día al segundo ventanal, el de la izquierda, para sacarme la lengua mientras lavo la ropa, y salto, mientras leo el periódico y salto, mientras friego los platos -que ahora entenderás por qué son todos de plástico- y salto.
Mi torre tiene tres pisos, cada uno de una altura considerable, si se compara con las casas de ahora; “cajitas de fósforo”, les llaman. Pero mi torre carece de escaleras. Es hueca en el medio, de manera que me muevo rebotando entre los tres niveles con una destreza que envidiaría cualquier saltadora olímpica. Me pregunto si habrá saltadoras olímpicas de malla elástica. Debería haberlas, pues este tipo de desplazamiento requiere un intenso entrenamiento y eso que la tía Margarita llamaba “el cultivo de las formas”. Hubieses visto lo que me costó dominar la vajilla. El primer día me bajé una jarra, una copa, un vaso y dos platos de fina porcelana. Menos mal –o buenos mal, como diría sabiamente mi tía- que almuerzo sola, porque hubiese acabado el juego entero en una única comida.
Por el tercer ventanal, el que rodea todo el segundo piso, puedo ver los pajaritos que se posan sobre las ramas de los árboles más cercanos. Lindos, dice la gente que pasa por la calle del frente. Sí, muy lindos, excepto cuando me cagan los cristales, que a duras penas vienen a limpiar dos veces por semana. Yo los aseo a diario desde adentro. Entre brinco y brinco les paso el paño y los dejo relucientes. Pero esos pajarracos cagan todo y me nublan la visión hacia el campo de fútbol, donde te veo dos veces por semana cuando traes a tu hijo para la práctica. Presumo que debe ser tu hijo. Por la forma como lo tratas, como le reclamas malas jugadas o le pones la mano en la espalda.
Buenos mal que las lindas avecillas sólo se encaprichan con el ventanal del segundo piso. Porque aún me queda el cuarto ventanal, el del tercer piso, con esos vidrios traslúcidos, correctos, que me permiten ver tu rostro morenito, tu cara de yanomami lujurioso y tu sonrisa de charro.
No sé si alguna vez me habrás visto, entre brinco y brinco, espiándote desde el ventanal del tercer piso. No sé si desde el campo de fútbol donde tu hijo corre (¿será tu hijo?), dos veces por semana, serás capaz de mirar la torre.
A veces me descubro soñando despierta, entre salto y salto, imaginándote hurgar en las sombras a través de alguno de mis ventanales del primer piso. El de la izquierda mejor, para que no te mojes los pies. Te sueño espiándome, tú a mí por vez primera y no al revés, como ocurre todos los miércoles y los viernes, cuando tu hijo acude puntual a su ritual con el balón, y tú lo persigues por el campo, con esa mirada orgullosa que ya conozco de memoria, con esas frases que leo en tus labios como si las escuchara en el oído: ¡Cooooorrrreeee! ¡Pásalooooo! ¡Por la otra baaaandaaa!
Yo las leo en tu boca, desde lo alto de esta torre, entre salto y salto, y para que me suenen bonitas, les pongo la voz de Javier Solís. Se las adoso en mi memoria aunque a veces me ataca el desconcierto por saber si la ronca tesitura que recuerdo pertenece a los Cuatro cirios, o a la repetición menos armónica que mi padre cantaba cada sábado al lavar su viejo Maverick, destartalado y verde.
Mi padre no me miraba como tú miras a tu presunto hijo. Nunca lo hizo. Pero tampoco yo jugaba fútbol, así que tal vez estemos a mano.
No sé si es el sueño o la falta de equilibrio, pero parece que ya estoy desvariando. Es que esta brincadera no me deja discernir con comodidad. No es fácil pensar ni recordar mientras se sube o se cae, mientras se rebota de nalgas, de rodillas o simplemente con los pies. La cabeza se mueve de manera involuntaria, los brazos a veces no responden al mandato del cuerpo, sino a las leyes más aburridas e insensibles de la física. Definitivamente nada tienen que ver la aceleración y el peso de la masa con estas ganas permanentes que tengo de verte, de tocarte, de mirar esos dientes tuyos, blanquitos, que sonríen espléndidos cada vez que tu chamo anota un gol. Yo los reproduzco como en cámara lenta, mientras le canto ese goooooool con el mariachi de fondo. Con el mariachi y con Javier Solís. Rebotando. Y cultivando las formas.
Brinco y busco tus dientes. Salto y apenas me iluminan, como flashes moribundos. Y bostezo. Y quiebro platos. Y derramo el café en mi malla elástica mientras duermo.
Podría continuar esta historia trasnochada contando y descontando mi cotidianidad desde estos saltos y esta torre sin puertas, brincando y rebotando, repasando mi imagen tuya calcada en estos cuatro ventanales. Podría decirte mucho más de esta metáfora desde la que te veo mientras dormito...
Pero me altera, me conmueve, me turba, me despierta, sin retorno, el hecho de recordar que el verbo “empegostar”, tan de mi tía Margarita -tan útil, tan versátil desde su desgarbada elocuencia-, no está registrado en el diccionario.

VPT

miércoles, 7 de septiembre de 2011

No vuelvas















La promesa, de Magritte



No te quiero de vuelta. Aléjate con tu modorra, con tu pesimismo siempre a cuestas, con tu equipaje de nostalgia, con tu paquete de lágrimas envasado al vacío.
Vete lejos. Llévate tu celda para otro lado. Y tu túnica, y tu acero, y tu mediocre cancioncita de consuelo. Incluso llévate tu beso, tu ametralladora disfrazada de compasión, tu hambre eterna de risa, voluntad y ardor.
Te exorcizo, me ensalmo, te despido. Te arranco de raíz. Rompo tus cristales y extirpo tus tripas llenas de semen rancio y lerda calma.
Te libero: vete lejos. Mete todas las ponzoñas en tus maletas, llénalas de la hiel de tu saliva, de la fría soledad de tus noches eternas, de ese punzante dolor de espalda que tortura y abrasa las costillas, y el gozo, y todo quema. No las quiero de nuevo, no las quiero de vuelta.
Adiós, tristeza. No asomes tus dientes, que aquí ya no cabes. Vete lejos. No vuelvas.

martes, 6 de septiembre de 2011

Mañana es septiembre
















Guillermo de León Calles, doctor Honoris Causa de la UNEY


Conocí esta poesía del poeta y cronista falconiano Guillermo de León Calles gracias a un disco que grabara Serenata Guayanesa -hace bastante tiempo-, con el concierto, en vivo, que ofrecieron en el Teresa Carreño cuando esta agrupación venezolana cumplió 25 años.
En esa ocasión, diferentes artistas los acompañaron: Pedro León Zapata, Emilio Lovera, María Teresa Chacín, Ismael Querales, Cheo Hurtado, Los vasallos del sol, Ricardo Cepeda, Neguito Borjas, Francisco Pacheco, Vidal Colmenares y Simón Díaz fueron algunos de ellos. Y en medio de ese ya esmerado grupo estaba Guillermo de León Calles, a quien pude conocer luego gracias a la Universidad Nacional Experimental del Yaracuy (UNEY), institución que le otorgó un merecidísimo Doctorado Honoris Causa y donde, orgullosamente, trabajo.
Pero ya desde mucho antes de mi llegada a la UNEY, septiembre me regresa este texto todos los años. Maravilloso recibimiento el de este mes que, invariablemente, me sorprende, tarde o temprano, con el recuerdo intacto de este hermosísimo poema.
Lástima que no todos hemos tenido el privilegio de escuchar la dulce voz de niño grande, de niño-abuelo, de Guillermo de León Calles al recitarla... Pero, al menos, tengo la posibilidad de compartir sus letras. (VPT)



Mañana es septiembre,
los dedos de mis pies me duelen
de tanto meterme en los zapatos de ir a la escuela.
Siento que un libro está de más
en mi bulto de lonilla azul marina.
Y no es el libro que tiene un Dios con sombrero de triángulo
y un manto como el que usaba Julio César.
Lo cierto es que mañana es septiembre
y la maestra me espera con su sonrisa
de buenos días seguida de una lección interminable.
Me fastidia ese amor repetido en mi libro primario:
Mamá me ama,
Papá me ama,
Mamá me ama.
Ese amor de página primera
que retrasa mi llegada al patio del recreo
con mis zapatos de huequitos en la punta.
Mañana es septiembre.
Un portón de peleas callejeras me recibe.
Soy yo, tela blanca
con unas letras bordadas en mi bolsillo izquierdo.
Yo y mi sonrisa zángana
a poca distancia de mi cabello aceitoso.
Yo y mi cuaderno Libertad con un caballo
de Bolívar encaramándose en un laurel romano.
Yo y mi futuro de sabio
porque llegaría a saber
que CristobalColónnacioenGénovaperoalgunoshistoriadoresdicenquenacióenPontePedradeGalicia.
Yo y mi porvenir de ignorante
porque no me aprendería de memoria
la historia del torito negro y el torito colorado.
Somos la maestra, septiembre y yo
entristecidos por los pizarrones negros y la ausencia de la lluvia.
Septiembre y yo sabemos que los trompos tienen más valor que la tabla de multiplicar
y que las páginas de los cuadernos se hicieron solo para construir barcos de papel.
Mañana es septiembre.
Primero trataré de entender nuevamente lo del Gloria al Bravo Pueblo.
Yo, Vicente Salias y Juan José Landaeta
Después veré un murciélago trastornándoles la quietud a los pupitres.
En uno de esos pupitres labraré un corazón y tu nombre
con la hojilla que le sobró a las barbas del abuelo.
Yo y el amor.

Guillermo de León Calles